Te vi, me pareciste tierna pero no te tome en cuenta.
Las redes sociales llegaron y te agregue a ellas. Ya no eras la niña de 9 años, ahora eras una mujer de 19. Tu altura no había cambiado mucho, el color de tu piel tampoco. Tus ojos y tu sonrisa si... Eran más hermosos. Me atreví a escribirte y respondiste. No recuerdo la charla, pero de seguro era más o menos comenzó así:
- Hola, como te va?
-Bien, como así me escribes?
entre otras cosas básicas.
Pasó el tiempo y nuestras conversaciones eran más constantes. Una mañana te invité a salir. Tenía un espacio libre entre las 12 y las 3 hasta que me tocara ver Neurología. Aceptaste. Mi corazón se invadió de alegría. Quedamos en vernos por la calle de los árabes. Te invité un shawarma, era lo que mi economía en aquellos años de juventud me permitía pagar. Aceptaste sin quejarte, quizá lo hiciste por no parecer interesada o simplemente por cortesía, para evitarme el mal momento o la incomodidad.
Conversamos de todo, de tu vida, de la mía, de aquella vez que te ví por primera vez en casa de unos amigos, casa que a la posteridad me comentaste que era de tu tía y que solías pasar ahí todas las tardes. Sonreí. Sonreíste.
Las dos horas se nos fueron volando. Tomamos un taxi para llevarte hasta tu facultad para luego proseguir a la mía. Neurología había comenzado, pero gracias a Dios la puerta en ese salón era por la parte de atrás, cosa que el Doctor no se dió cuenta de mi tardío ingreso al aula.
No se porque no te volví a invitar a salir. Paso un año desde aquel momento. Nos vimos una noche por casualidad. Tu seguías en la universidad, yo había conseguido empleo en una multinacional de medicamentos y mi vida había cambiado. Te ví a lo lejos y me acerqué a ti. Estabas con una blusa color melón y un pantalón jean negro, sandalias negras con tus uñas pintadas de rojo. Yo estaba con mi jean azul, zapatos azules, camisa de cuadros Tommy recien comprada con el dinero de las utilidades. Estabas fuera de Blu, en plaza Lagos.
Te dije lo hermosa que estabas antes de saludarte y mientras estabas de espalda. Te volteaste sorprendida y me agradeciste. Creo reconociste mi voz gruesa. Te pregunté qué hacías, me contestaste que ya ibas a casa, que salías de una reunión. Te pedí que no vayas, que te invitaba a tomar algo y conversar. Dudaste unos minutos, pero aceptaste. Fuimos a un bar cercano al redondel que divide el este con el oeste de la calle Sacerdotes.
Entramos y subimos al segundo piso, tu conocías el lugar por aquellas cosas de tu trabajo que después me comentaste, ellos eran clientes de la empresa donde trabajabas.
Pedimos dos Heineken sin mirar siquiera la cartilla de precios y de adicional un trago de tequila. Quería que la noche sea algo intensa. La música sonaba mientras hablábamos de los dos, de la vida, del amor, de la tarde de shawarma y el tiempo que había pasado desde aquel momento. Reímos y a su vez pedimos una orden de piqueos para bajar el alcohol que nos comenzaban a afectar.
La música del dj se detuvo por alguien que llegó a cantar en vivo; ella eligió varios temas que cantamos a viva voz.
Nos perdimos en el tiempo. Quise besarte, pienso que tu igual, pero no me atreví. No quise arruinar la noche. No quería ser rechazado antes de tiempo. No sabía tus intenciones ni tu pensamiento sobre mi. Solo nos habíamos visto dos veces en la vida y esta era la tercera vez. Me corregiste, me comentaste que una vez habías ido sin querer al lugar donde yo vivía buscando un departamento, me viste pero dudaste si era yo. Según que pasé delante tuyo, pero sin embargo yo no lo recordaba.
Pedimos la cuenta, pagamos a medias y me sorprendí, nunca una de mis invitadas había pagado su mitad, sin embargo, a pesar de mi insistencia de que yo cancelaba la cuenta sacaste dos billetes de veinte dólares y los pusiste en el cuadernillo de cuero donde se encontraba nuestra factura y lo cerraste. Saque dos billetes similares y cancelamos a medias. Salimos caminando hacia la avenida principal tomados de la mano, paramos un taxi y nos fuimos. Al llegar a tu casa un rápido beso en la mejilla fue tu despedida.
No te he vuelto a ver desde aquella noche....
Será que es mutuo el sentimiento? Quizá no, pues me pediste que te escriba a lo que llegue a mi casa, te escribí y no contestaste. Al día siguiente me dijiste que te quedaste dormida.
¿y si me pasaba algo? ¿cómo te enterabas?
Dudé y aun dudo.
Mejor espero otro tiempo más antes de invitarla a salir de nuevo....
No hay comentarios:
Publicar un comentario