Llueve. Puedo oír cada gota caer en el suelo.
Estoy concentrado. Mi mente está en blanco. No tengo nada que pensar.
No quiero pensar. No he pensado nada.
Llueve. El silencio de la noche es mi aliado.
Esta tranquilo. Suave brisa entra a mi habitación. Estoy solo.
No quiero estar solo. No estoy solo. Estoy con mi silencio.
Una suave melodía se escucha a lo lejos. No logro identificarla.
Puedo escuchar los latidos de mi corazón, corazón que aun late cuando ya no debería hacerlo.
El silencio es tan profundo que puedo oír a las hormigas conversar.
Un pensamiento quiere pasar por mi mente. Recuerdos de años cercanos quieren venir.
Lo bloqueo inmediatamente, no quiero que nadie me arruine este silencio.
Está tan callado. Parece un cementerio a media noche cuando el fantasma aun no se levanta.
Ahora que lo pienso, quizá estoy muerto. Quizá muerto en vida. Quizá solo soy un vegetal.
Pero no durará mucho. La lluvia dejará de caer y el sol saldrá y secará la tierra.
Las aguas empozadas retomarán su camino y el suelo quedará seco.
Todo esta mojado. Húmeda mi almohada. No se como la lluvia llegó hasta ahí.
Creo mis ojos envidiaron las nubes negras y quisieron hacerle competencia.
Solo hay nostalgia. Se respira nostalgia. Huele a velorio.
Neruda escribió los versos más tristes aquella noche.
Yo le puse melodía con las gotas de lluvia golpeando en mi ventana.
Una tras otra. Muriendo a gritos, juntándose entre ellas ya muertas, rodando hasta desaparecer.
Quisiera terminar este silencio. Pero sigo sin pensar nada.
La música que sonaba a la distancia ya no está.
Parece que todo está terminando, pero este invierno recién acaba de comenzar.
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